[ Ciudad de Santiago ]

La transformación del Cerro Santa Lucía en el bello parque que es hoy se debe fundamentalmente a Benjamín Vicuña Mackenna, quien como Intendente de Santiago promovió a partir de 1872 un proyecto de remodelación urbana muy ambicioso, que incluyó la realización de importantes obras viales, la construcción de nuevas plazas, el pavimento de importantes arterias, la mejora en servicios urbanos básicos y la creación de parques y áreas verdes. De todas las obras ejecutadas por Vicuña Mackenna, la del Cerro Santa Lucía fue la más preciada por la sociedad de la época. El famoso peñón, bautizado así por los primeros conquistadores, fue desde 1541 una especie de vigía de la ciudad. En sus faldeos se instalaron algunos establecimientos de molienda y algunas viviendas; en su cima los realistas instalaron entre 1814 y 1818 dos baterías para la defensa de la urbe; un par de años más tarde se erigió el Fuerte Hidalgo. Funcionó también en el cerro un cementerio para los disidentes, que fue trasladado con motivo de la construcción del parque al Cementerio General. El cerro mantuvo en todo caso su carácter agreste y natural hasta 1872, cuando se inició su transformación. Los trabajos comenzaron con la apertura de un camino de circunvalación y la construcción de una capilla en la cima. Se trasladaron al cerro grandes cantidades de tierra vegetal, que permitieron la plantación de más de mil árboles y la creación de hermosos jardines y plazoletas, adornadas con bellas estatuas, jarrones, senderos y fuentes. El paseo fue provisto de alumbrado a gas, y de un sistema de regadío artificial bastante complejo. Se instalaron en el lugar de las baterías sendas terrazas, desde las cuales se aprecia una bella vista de la ciudad. Tal como en otras grandes obras públicas, se recurrió para financiar los trabajos a erogaciones voluntarias de particulares acaudalados, y se hizo uso de la mano de obra gratuita que debieron suministrar los reos de las cárceles. Las obras para hermosear el cerro continuaron después de finalizada la gestión de Vicuña Mackenna. Entre las muchas que se realizaron hay que destacar la monumental entrada, de estilo neoclásico, que da hacia la Alameda. La obra, terminada en 1902, fue proyectada por el arquitecto Villeneuve y armoniza en torno a una escultura del dios Neptuno todo un conjunto arquitectónico con escalinatas curvas, piletas, una amplia terraza, y un arco de triunfo rematado por una cúpula.