[ Aduana de Guayacán ]

La minería dio vida, sin necesidad de fundación alguna a muchos poblados, los cuales languidecieron después que la veta se acababa. Otros poblados lograron permanecer, sea por la porfía de sus moradores, sea porque no había otro lugar donde ir. Oro, plata, salitre y cobre forjaron las principales fortunas de Chile, cuyos dueños compraban tierras en el sur, como un modo de adquirir prestigio y alianzas matrimoniales con la clase terrateniente, comercial y financiera, que administraba el poder político del país. El pueblo de Guayacán nace de esa pasión minera, en una plácida bahía de arenas blancas al Sur de Coquimbo en 1846, gracias al empuje de Robert Edward Alison y de la Sociedad Comercial Urmeneta y Errázuriz, creada por el empresario minero José Tomás Urmeneta. Esta empresa necesitaba refinar y exportar el cobre que extraía de las minas del interior, siendo Guayacán un excelente lugar para construir una refinería, que en su momento llegó a ser la más grande del mundo, con 35 hornos y tres chimeneas de ladrillo que alcanzaban los 40 metros de altura. Tales obras convirtieron a Chile, en 1876, en el principal exportador de cobre de entonces. La actividad implicó traer al país a profesionales y técnicos europeos y norteamericanos, cuya influencia se notó en la arquitectura de la zona. En 1862 el ferrocarril logró comunicar y facilitar el transporte de mineral de diversas localidades del interior con la costa, quedando conectado Guayacán con La Serena y Coquimbo. Así, Guayacán se transformó en un centro industrial minero y de embarque de cobre en barras que tuvo su propio puerto, casas para los trabajadores, oficinas y demás instalaciones necesarias, incluso una iglesia; cuya estructura era de metal y cubierta por planchas del mismo material, que fue comprada en Bélgica e instalada en el pueblo en 1889. El pueblo tenía viviendas de un piso, de fachada continua, muros de “churqui y barro”, techos a dos aguas, con vigas, puertas y ventanas de madera de pino Oregón. A mediados del siglo XX cesaron tales actividades, pero quedó la memoria. Hoy tanto la iglesia, donde se celebra a la Virgen del Rosario cada fin de enero, como la Casa Urmeneta, son monumentos históricos que, junto a la gente que habita el pueblo, nos recuerdan dicho periodo de la historia.