[ Liceo de hombres de Antofagasta ]

Hacia finales del siglo XIX, en pos de la consolidación de la República y el Estado, así como de una determinada idea de Nación en las aulas. Estos objetivos exigieron nada menos que la transformación de los hábitos de comportamiento de los estudiantes, para lo que la arquitectura de los establecimientos era una herramienta de gran utilidad. El cambio implicó tanto al tiempo como al espacio: por una parte, se dispuso de un tiempo escolar segmentado y secuencial y por otra, se construyeron nuevos edificios que buscaban albergar, para cada función, un espacio específico. En consecuencia, sólo a partir de finales del siglo XIX podemos hablar de una política nacional de construcción de escuelas. En este contexto se enmarca la construcción de liceos por todo el país que tuvo su hito más relevante con la Ley de Edificaciones Escolares promulgada por el Congreso Nacional durante el gobierno de Juan Luis Sanfuentes en 1916. La edificación escolar tuvo un auge posterior a la ley de 1916, a partir de tres ejes: mayor capacidad, mejor estilo arquitectónico y especialmente, por la generación de espacios especializados para la enseñanza. Los liceos de hombres fueron el segmento más beneficiado de la construcción realizada por el Ministerio de Industria y Obras Públicas a inicios del siglo XX: de 42 locales en el ámbito nacional, un 64% era de propiedad fiscal, cuestión muy diferente a lo sucedido con las escuelas, que en su mayoría se arrendaban a particulares. Las veintitrés provincias en que se dividía la República y el Territorio de Magallanes, hacia 1909, contaban en su capital con un liceo de hombres, a excepción de Santiago que, comprendiendo el Instituto Nacional, tenía seis liceos, de los cuales cuatro eran de primera clase. De los liceos de provincia, diez eran de primera clase. Además de las capitales de todas las provincias, los siguientes departamentos tenían liceos de segunda clase: Taltal, Ovalle, Illapel, Los Andes, Quillota, Rengo, Constitución, Coelemu, Traiguén y Osorno.