[ Bolsa de Comercio de Santiago ]

Las monjas agustinas lotearon este sector hacia principios del siglo XX. El trazado incluyó las actuales calles La Bolsa y Nueva York, lo que obligó a los arquitectos a ceñirse desde un principio a sus curiosos ángulos. Uno de estos lotes fue adquirido por los socios de la Bolsa de Comercio en 1913. Se trata de una institución que para la época cumplía veinte años de edad y venía recién saliendo de una crisis económica, dado el fin del auge minero, la multiplicación de las sociedades anónimas que prometían una fortuna rápida y cuyas acciones nada valían, y la desesperación de los que acudían a ellas para salvarse de las quiebras. Habiendo comenzado a operar en 1893 y tras varias sedes arrendadas en calles como Huérfanos, Estado y Bandera, para cuando los directores de la Bolsa se sentaron a pensar en una sede definitiva, la fiebre se estaba calmando. Para 1913 aprueban los planos presentados por Emilio Jéquier, ingeniero a cargo de la obra; la propuesta de construcción se abre al año siguiente. La obra tardó cuatro años porque los materiales, de primera calidad y encargados a Europa y Estados Unidos, demoraron debido a los desórdenes ocasionados por la I Guerra Mundial. Emplazado el edificio como una gran nave con una esbelta proa puesta al norte, fue el tercero de la ciudad con estructura metálica, luego del edificio Comercial Edwards y de Gath y Chaves. Levantado por el constructor Roberto Torreti, el edificio fue inaugurado el 25 de diciembre de 1917. Inspirado en las leyes clásicas, logra mantener una perfecta simetría a pesar de la irregularidad del terreno. Destacan los volúmenes circulares ubicados en los tres vértices del edificio; el mayor de ellos corresponde al acceso principal en calle La Bolsa esquina Bandera. Es un cuerpo circular saliente, de estructura propia pero integrada a la construcción. Su cúpula, rematada por una torrecilla y con un clásico reloj, domina por su altura el resto del edificio, y está inspirada en el domo de la capilla del célebre ‘Hotel des Invalides’ de París. Las terminaciones figuran como lo mejor de la construcción. Son de calidad pero ajenas a cualquier tipo de excesivo esplendor, bastante típico de la época. Se sustituyeron los vitrales debido a problemas acústicos; pero conservan la pureza de su color los mosaicos importados del primer piso y permanecen las sobrias puertas de roble americano, la misma madera que se utilizó para techar el entarimado de la Sala de Ruedas. Por su ubicación y lograda arquitectura, armoniza notablemente con los edificios que le circundan y que conforman a su vez, una zona típica de gran homogeneidad (La Bolsa y Nueva York).