[ Ruinas de Huanchaca ]

La Compañía Minera Huanchaca, de capitales bolivianos, chilenos e ingleses, era propietaria de una gran mina de plata ubicada en las cercanías de Potosí, llamada Pulacayo. Decidida a edificar una gran refinería para el mineral, la empresa eligió para ello los terrenos de Playa Blanca, en la costa de Antofagasta. En 1888 comenzó la construcción de la obra, concebida y dirigida en un comienzo por el ingeniero norteamericano C.W.Wendt; terminaría cuatro años más tarde con el ingeniero chileno Casimiro Domeyko a cargo. El material predominante fue la piedra, extraída de canteras cercanas. El mineral de Pulacayo debía recorrer en tren 500 kilómetros hasta llegar a la refinería, que procesaba más de 100 toneladas por día, produciendo 20 toneladas de plata al mes. La planta, que por entonces era la más importante de América Latina, disponía de enormes bombas que llevaban agua de mar para enfriar el sistema, y de una gigantesca máquina a vapor, cuyo volante tenía 7 metros de diámetro. Una central eléctrica suministraba la energía necesaria para las faneas. El conjunto comprendía, además de las instalaciones productivas, viviendas para los trabajadores y establecimientos de servicios tales como iglesia, hotel, pulpería, etc. La Fundición de Huanchaca no significó para la empresa la rentabilidad esperada. De partida, la construcción de la planta demandó mucho más recursos que los presupuestados. Además, el precio de la plata comenzó a bajar; lo mismo ocurrió con la ley de los minerales de Pulacayo. La planta paralizó en 1902, tras sólo una década de funcionamiento. Al parecer, la tecnología con que fue equipada fue superada a poco andar. Las enormes dimensiones de las Ruinas de Huanchaca y el efecto escénico que producen en su emplazamiento las han convertido en un hito de gran atractivo e interés. Por esa razón, las autoridades regionales y municipales, mediante los recursos del Fondo Nacional de Desarrollo Regional, han intentando su puesta en valor desde 1996.